DOÑA MARÍA CORONEL

FUNDADORA DE SANTA INÉS

El mito de Doña María Coronel forma parte de las memorias sevillanas. Su historia, ha sido narrada por cronistas de la categoría de Ortiz de Zúñiga, en sus Anales eclesiásticos y seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, e incluso por  el insigne escritor Juan de Mena, en El laberinto de la fortuna, entre 1481-1482. En su octava 79, hace mención al sufrimiento vivido por esta noble, “Por mas bajo vi otras enteras: La muy casta dueña de manos crueles, Digna corona de los Coroneles, Que quiso con fuego vencer sus fogueras”. En sus escritos, no especifica cuál es la María Coronel a la que hace referencia, pudiéndose referir también a  María Alonso Coronel, mujer de Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, dama que se martirizaría introduciéndose un tizón ardiendo en sus partes nobles. También narró su leyenda, Manuel Cano y Cueto, en su libro Doña María Coronel, laureado con el primer premio en el asunto de leyendas de la Academia Sevillana de Buenas Letras en 1874. El intrigante caso de la bella doncella, también fue tratado por eruditos sevillanos de la centuria del XX, como Chaves Nogales, en su libro La ciudad, publicado en 1921.

El gran interés despertado por la vida de esta dama, llamaría la atención incluso de los inquilinos de su monasterio.  En el archivo conventual, se han conservado algunos escritos sobre la historia de su fundadora, como un manuscrito anónimo del siglo XVII, dos cuadernos, escritos por Fray Juan Francisco Muñoz, clavero del convento, fechados en 1795 y 1797 , y las crónicas de Sor Rosario. En todos ellos, queda redactado el fatídico episodio vivido por la joven y la fundación de su convento. Quizás, los que guarden mayor interés, desde el punto de vista histórico, debido a la calidad de su escritura, sean los de Fray Muñoz.

Cuenta la leyenda, que una joven damisela, fue perseguida por un rey cruel y justiciero, que al admirar tanto su belleza, convirtió su amor platónico en una historia de venganza y locura. La bella muchacha, Doña María Fernández Coronel, era hija de Alfonso Fernández Coronel, alguacil mayor de Sevilla y señor de Aguilar, y de  Doña Elvira Alfonso de Biedma. La imposibilidad de establecer algún idilio amoroso entre ambos, despertó la furia de Pedro I, que desbancaría al progenitor de esta noble dama del título de señor de Aguilar. Por su parte, Alfonso Fernández, defendiendo la villa de Aguilar , fue  decapitado por orden real.

Escudo de los Fernández Coronel, realizado por Fray Muñoz en la copia B de la biografía de la fundadora. Año de 1797. Archivo Convento de Santa Inés. (Fotografía de la  autora)

Su fama era conocida en Sevilla por pertenecer a una de las familias más importantes de la élite social de mediados  del siglo XIV, aunque en gran parte de ella venía dada por su belleza.  Fue esposa de Don Juan de la Cerda, bisnieto del infante Don Fernando de la Cerda, nieto de Alfonso de la Cerda, e hijo de Don Luis de la Cerda y de Doña Leonor Pérez de Guzmán. Contrajo matrimonio en 1349 , y enviudó tras la decapitación de su marido, por mandato de Don Pedro I, en el año de 1357,  tras ser apresado por las tropas del monarca, bajo el mando de Juan Ponce de León y Don Gil de Bocanegra, al intentar sublevarse entre Trigueros y Beas.

El miedo vivido por Doña María, ante la constante persecución del soberano, la obligó a refugiarse en la antigua ermita de San Blas, ubicada en la collación de Santa Marina perteneciente a su linaje familiar y que heredaría posteriormente formando más tarde parte del patrimonio conventual  de Santa Inés.  Ante el temor de ser encontrada, marchó al convento de Santa Clara, donde también se refugió su hermana Aldonza. Allí, se ocultaría en un hueco, que hizo excavar en la huerta a los pies de la torre de don Fadrique, lugar  que milagrosamente fue cubierto por una mata de perejil ante la llegada de los emisarios del mezquino rey que acudieron a su búsqueda. A pesar de tomar todas las medidas posibles, para no ser encontrada, fue apresada en dicha clausura. La desesperación que vivía, la llevó a abrasarse  con aceite hirviendo su rostro, arruinando su belleza, consiguiendo al fin ser libre de las garras del mezquino rey.

Cuerpo incorrupto de Doña María Fernández Coronel (Fotografía de la autora)