Antiguas enfermerías

En contraposición a los monasterios masculinos, cuyas salas de curas se encontraban separadas de sus edificios, las casas de religiosas destinaban un espacio en la clausura a la enfermería, único hospital posible. Esto era debido a la prohibición establecida en los conventos femeninos, que impedían la salida de las religiosas del recinto monástico, a pesar de ser por causas de salud o de otra necesidad.

Enfermería baja 

Ubicada en el extremo sur-oeste de la galería baja oeste, se encuentra una pequeña dependencia de 5,30 m de ancho, por 5 m de alto y 7,20 m de largo, cuyas funciones hoy nada tienen que ver con las que antiguamente se llevaban a la práctica. Según el testimonio de Fray Muñoz, la enfermería baja gozaba de […] cocina, lavadero y un jardinito para esparcimiento de las enfermas convalecientes […].

Por su fisonomía podremos observar que esta pequeña habitación no responde a la idea de las estancias dedicadas a la curación de la comunidad, como si podemos ver en la llamada sala de la arquería cuyas funciones originarias no descartamos que fuesen la de una enfermería que se reaprovecharía como celdas dedicadas al servicio o habitaciones privadas.

A ella se accede mediante un arco repleto de decoración de yeserías fechable en la segunda mitad de la centuria del XVI, cuya ornamentación y estética puede recordarnos a las portadas de yeserías conservadas en el claustro principal del monasterio de Santa Clara de Sevilla, la que permite el ingreso desde los dormitorios a éste y la entrada al refectorio, obras contemporáneas a ésta. La similitud plástica, y ornamental, de las portadas de ambas comunidades, nos hace corroborar la posible participación del mismo taller de artífices yeseros en dichas clausuras.

El interior de la portada de la enfermería baja de Santa Inés, presenta une decoración más simple que su cara exterior. Su ornamentación está formada por un conjunto de tondos, de yeserías, los mismos que encontramos en las enjutas que miran al interior de las galerías de las galerías altas del Herbolario, o la portada ciega de la galería baja sur del claustro de la Camarilla.

Portada de yeserías de la antigua enfermería baja (Fotografía de la autora)

El interior de esta dependencia, está decorada por zócalos de azulejos que responden a distintas intervenciones llevadas a cabo en ella. La primera de ella la podemos fechar  en el siglo XVI, cuyos paneles están decorados con elementos florales y vegetales. El friso superior que los recorre está decorado con veneras y roleos vegetales, son los mismos que se utilizaron en el convento de Madre de Dios y que hoy se encuentran en el Alcázar sevillano.  Por otra lado nos encontramos con azulejos contemporáneos, que podemos fechar en el siglo XIX, que siguen el mismo modelo utilizado en la iglesia, el de punta de diamante truncada  de tabla llana, pero que a diferencia de estos poseen un mayor tamaño,

Azulejos de la enfermería baja (Fotografía de la autora)

Respecto al patrimonio artístico que se conserva, de escaso nivel, destacaremos la presencia de un retablo dedicado a la Virgen del Pilar donación de la monja Sor Francisca de Manjarrés del Rosario y San Miguel, el 23 de mayo de 1926, siendo abadesa Sor María de la Cruz Gil. Flanqueándolo, a su izquierda, se conserva un tabernáculo, que podemos documentar entre los siglos XVIII y XIX, que da cobijo a una pequeña Virgen de los Reyes. Asimismo, el extremo derecho, está ocupado por una vitrina, en cuyo interior, se custodia un Niño Jesús pastor, obra fechable en el siglo XIX.

Retablo de Nuestra Señora del Pilar (Fotografía de la autora)

Enfermería alta

Actualmente desempeña las funciones de capilla. Presenta una planta rectangular, cuyas dimensiones son 5,30 m de ancho, pro 12,74 m de largo y 3,40 m de alto.  Está cubierta por un alfarje de madera moderno. Fray Muñoz hace referencia a ella como un espacio […] muy alegre y capaz, con ventanas de cristales que dan vista al jardinito de la enfermería baja, la botica […]. Al igual que la sala de la arquería, la enfermería alta se ha convertido en un contenedor de obras de arte que han ido deambulando, de un sitio para otro, por las distintas estancias de Santa Inés.

Está presidida por una escultura de bulto redondo, en madera policromada, de Cristo atado a la columna, obra que estilísticamente podemos fechar en el siglo XIX. Flanqueándolo, se encuentran dos esculturas, una de un Sagrado Corazón de Jesús y una Inmaculada, obras fechables en la segunda mitad del siglo XVIII. En flanco Este, se conserva una copia del Crucificado que Velázquez pintaría hacía 1632. Seguido al dicho crucificado, se conserva un cuadro dedicado al Niño Jesús abrazado a la Cruz, obra que podemos fechar a finales del siglo XIX y principios del XX.

A continuación, se conserva una exquisita pintura mural de finales del siglo XVI. Su composición queda dividida en tres paneles. El cuerpo central, de mayor envergadura, está ocupado por la presencia de la Inmaculada Concepción, que aparece flanqueada a ambos lados por San José, a su derecha, y San Antonio de Padua, a la izquierda.

Como si de un tríptico de madera se tratara, sus calles están separadas por listeles lisos pintados, que en la parte superior de la escena, quedan moldurados. Los paneles laterales, están coronados por tondos, en los que quedan inscritos los anagramas JHS, en San José, y MA, sobre San Antonio de Padua. Por su parte, la escena central, está rematada con un frontón triangular, en cuyo interior, queda representada la paloma del espíritu santo. Estilísticamente hablando, el tratamiento de sus formas, dibujo y gama cromática, son de mayor calidad que las pinturas que componen el ciclo mural del Herbolario, utilizando en ella la técnica decorativa del oro, recurso posterior al fresco. Por esta razón, Mercado Hervás, fecha su ejecución en el último tercio del siglo XVI, entre los años de 1575 y 1590, respondiendo posiblemente a la labor de mecenazgo de alguna monja, sin olvidar la presencia de la abadesa Catalina de Ribera por aquellos años, o la entrega de una importante dote que permitiese costear la decoración de este muro de la enfermería alta.

A pesar de ser una obra posterior a las pinturas del claustro principal, Mercado Hervás defiende la posibilidad de que éstas hayan podido ser realizadas por las manos del maestro que pintaría las del Herbolario. Para ello, se basa en la similitud que presenta las dos representaciones de San Antonio en ambos espacios. No dudamos en que ambas pinturas guardan cierta semejanza, pero por la distancia cronológica y la riqueza mostrada en este tríptico, nos lleva a pensar que la autoría no es la misma. Por nuestra parte, podemos pensar que el artífice que llevara a la práctica los panales de la enfermería, pudo tomar como fuente de inspiración el San Antonio del Herbolario para su creación.

La virgen María, de aspecto joven, va ataviada con una de una túnica rosa jazmín, color típico de la escuela sevillana, decorada con pan de oro, indumentaria que complementa con un rico manto de brocados perfilado con una cenefa en oro, vestimenta con la que se le solía representar en el siglo XIV, prueba de ello la Virgen de la antigua de la catedral hispalense, la Virgen del Rocamador, perteneciente a la iglesia de San Lorenzo.

María, que cubre sus rubios cabellos con un delicado pañuelo, está coronada con una corona engarzada de rubíes y una aureola de estrellas. Sobre su brazo izquierdo, descansa el Niño, que porta en sus manos un fruto, que debido al estado de conservación de la pintura nos resulta tarea difícil identificar, pudiéndose tratar de una manzana. La Virgen, alza su brazo derecho, mostrando en su diestra una rosa dorada. La Virgen aparece representada rodeada por los atributos de las letanías lauretanas y coronada de estrellas descansando sobre una media luna creciente flotando en el espacio que la rodea.

Por su parte, San José, está pintado como un hombre de mediana edad, con rostro barbado y cabellos castaños. Su indumentaria se compone de una túnica marrón, con decoración de brocados, y un mantón color carmín, sobre el que resalta el perfil dorado que lo bordea, elemento característico de los ropajes con los que eran representados los santos y vírgenes en las pinturas de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, hecho observable en las tablas que ilustraría Juan de Zamora en el retablo de la vida de la Virgen en la Colegiata de Osuna.

Pintura mural de la enfermería alta (Fotografía de la autora)

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