La iglesia
La de Santa Inés, es el único templo de las clausuras femeninas hispalenses que responde tipológicamente al esquema de iglesia parroquial de tres naves, pero a diferencia de éstas, y como el resto de templos conventuales, presenta un coro, lugar dedicado a la reunión y rezo de las religiosas. Por norma general, los templos monásticos sevillanos presentan planta de cajón con cabecera plana, siendo el caso de Santa Inés algo atípico.
Al templo, podemos acceder mediante dos monumentales portadas, que responden a distintas épocas constructivas. Dichos ingresos, se ubican en las naves laterales del templo, de forma enfrentada. El más antiguo, el del Evangelio, está formado por un gran vano apuntado, con acceso adintelado, retranqueado de la línea de fachada, en cuya clave se inserta un escudo en el que se inscribe una cruz. Las primeras referencias localizadas, sobre la posible construcción de la portada de la Epístola, datan del año de 1630.
Portada de la epístola (Fotografía de la autora)
Su planta responde al esquema utilizado en las parroquias sevillanas, tomando como prototipo el modelo impuesto en Santa Ana de Triana, siguiendo el ideal de las iglesias que se levantaron tras la reconquista, con el uso de bóvedas nervadas con espinazo en sus tres naves. Respecto a la imposición de este modelo parroquial, podemos barajar dos posibles hipótesis. Muy cercana a su construcción, se llevó a cabo la labra de la vecina iglesia de San Pedro, templo que pudo ser un referente y donde posiblemente trabajaron los mismos maestros que participaron en la edificación del templo monacal. La otra hipótesis, que cobra mayor peso, viene dada por la presencia, en la congregación fundacional, de monjas procedentes del convento de Santa Clara de Moguer, que pudieron importar dicho modelo a su nuevo hogar.
La iglesia de Santa Inés, orientada en sentido levante-poniente, está compuesta por tres naves, elevadas a la misma altura del ábside, que responden a los pilares básicos de la arquitectura gótico mudéjar, belleza, elegancia y proporción, cuya hermosura suple sus pequeñas dimensiones. La nave central, está compuesta por tres tramos de bóvedas sexpartitas de plementería, con nervaduras ojivales de cantería con nervio espinazo y clave con decoración floral. Las laterales, quedan divididas en cuatro tramos de bóvedas octopartitas. Las naves quedan separadas por pilares cruciformes de planta cuadrada, elemento característico de la arquitectura mudéjar hispalense. Sobre ellos, cabalgan tres arcos apuntados peraltados adovelados, como en Santa Clara de Moguer, que apean sobre ménsulas ornamentadas con cabezas de querubines, producto de la intervención llevada a cabo en el primer tercio del siglo XVII. El peso y empuje de esos abovedamientos queda compensado por unos contrafuertes que delimitan sus muros exteriores, los cuales se disponen en diagonal a la cabecera.
Vista de la iglesia (Fotografía de la autora)
Sus gruesos muros se embellecen con un zócalo de azulejos de punta de diamante, conocidos popularmente como clavos de Santa Ana mientras que su solería, de mármol gris y blanco, fue financiada por Francisco Jiménez Bocanegra, durante la rehabilitación a la que fue sometida la iglesia entre los años de 1882 y 1883.
Tras un arco apuntado, se encuentra la capilla mayor, dividida en dos tramos. Su intradós, está decorado con casetones en los que se insertan rosetas, motivo tomado del de la lámina LXXV del cuarto libro de arquitectura de Serlio. El presbiterio, de planta rectangular, está cubierto con una bóveda sexpartita, como las que recorren la nave mayor y el coro, mientras que el ábside, está coronado con una bóveda de crucería de siete ángulos. Sus nervios, quedan anexionados en una majestuosa clave floral de carnosas hojas. Ambas, están ornamentadas con ricas pinturas doradas, quedando sus nervios decorados con un grueso cordón, y sus plementerías, con sigilosos roleos vegetales. Al igual que en las naves de la iglesia, el peso recae sobre ménsulas decoradas con cabezas aladas de querubines.
Capilla mayor (Fotografía de la autora)
En 1629, tendría lugar la renovación estilística más importante llevada a cabo en la iglesia de este complejo monástico. Su estética gótico-mudéjar, fue maquillada con pinturas murales y yeserías barrocas, a lo que había que añadir la transformación de sus pilares y la ejecución de nuevo retablo mayor que presidiera la cabecera. Este templo, pasaría a formar parte del grupo de iglesias conventuales que revistieron sus muros con pinturas y labores de yeserías en el primer tercio del siglo XVII.
La transformación estética que viviría el templo, tuvo como protagonista al pintor y grabador sevillano Francisco Herrera “el viejo”. Su presencia en Santa Inés, está documentada el 6 de septiembre 1627, momento en el que se le encargaría la pintura, dorado y estofado del antiguo retablo barroco de Juan de Remesal, Francisco de Ocampo y Diego López Bueno, labor que no finalizaría hasta 1630, tras el pleito establecido con la comunidad al no pagarle la cantidad establecida en el contrato.
A pesar de este contratiempo, Herrera realizaría la decoración mural al fresco del coro y la iglesia. Su labor decorativa en templos de la Orden franciscana, ya quedaría patente en el Colegio de San Buenaventura en 1626 , donde llevaría a cabo el diseño de un conjunto de pinturas murales, dedicadas a la vida del santo titular, y yeserías de reminiscencias manieristas, las cuales responden al panorama decorativo del barroco que bebió de las formas de la segunda mitad del siglo XVI, ejecutadas de manos de los maestros alarifes Juan Bernardo de Velasco y Juan de Segarra.
La labor emprendida por Francisco Herrera, queda presente en la decoración de las cabeceras de las naves laterales, ornamentando el intradós de sus arcos con casetones en los que quedan insertos una flor, composición sacada de la lámina LXXV del tratado de arquitectura de Serlio. Las nervaduras de estas cabeceras están perfiladas en oro, conservándose dicha policromía en la nave del Evangelio, mientras que sus plementos están decorados con sencillos roleos vegetales, ornamentación que podemos contemplar en la cabecera de la nave de la Epístola, ornato con el que pensamos que estarían decoradas el resto de tramos, donde solo perviven las claves florales doradas. De mayor calidad, son las pinturas que exhortan la cabecera poligonal de la iglesia, donde el pintor decoraría sus plementos con ricos roleos vegetales.
El trabajo más interesante que realizaría en la iglesia de estas religiosas, es el que se contempla en el muro frontal del coro que mira a la nave principal. Las pinturas murales se ejecutan en dos niveles, en el inferior, y separados por la reja del coro, el artista proyectó dos carnosas tarjas barrocas, de carácter libresco, como la que utilizaría pacheco en la portada de su libro de retratos, en cuyo interior se custodia un jarrón de azucenas, a la izquierda, y una custodia, en la derecha.
Ambas descansan sobre la cabeza alada de un querubín, del que emanan roleos vegetales, motivo que remata la composición pero sin dicha ornamentación vegetal. Subiendo por ambos extremos de la pared, se disponen dos parejas de ángeles, de los que podemos insinuar sus alas y las cintas que caen de sus cuerpos, conservándose solo su silueta. Posiblemente se tratasen de ángeles tenantes, que portaran algún elemento relacionado con la orden franciscana.
Detalle de la pintura mural que decora el muro del coro que mira a la nave principal (Fotografía de la autora )
El programa decorativo sigue en el interior del coro. En esta ocasión se optó por una decoración menos exuberante, centrando la decoración en minuciosos tondos y escudos en las paredes laterales y en el muro interno de la entrada. En un primer lugar destacaremos el trabajo que ejecutaría Francisco Herrera en el muro interno de ingreso a este espacio, donde decoraría incluso el tímpano del arco empleando los mismos motivos vegetales y figurativos utilizados con anterioridad.
Una pequeña cabeza angelical alada, queda asentada sobre un pedestal del que brotan una serie de gruesos brazos vegetales, que envuelven a esta dentro de un entramado natural. Tomando como modelo la misma disposición planteada sobre la reja del coro, se volvería a representar el escudo franciscano, pero en esta ocasión amparado por los escudos nobiliarios de la fundadora del convento, enmarcados con las mismas molduras visibles en el escudo de la Orden de San Francisco que mira a la nave principal.
En los flancos laterales del coro se disponen cuatro pinturas murales, dos de ellas son cartelas en las que se hace mención a uno de los sermones de los escritos de San Bernardo, Ivsto Dei ivdicio Zineberbo moritur qui in divino hofitio ne gligen….lo quitar. Bernardus decit. Esta cita está relacionada con el estricto comportamiento que exigía San Bernardo a las religiosas, las cuales estaban obligadas a guardar silencio en el coro; Guárdese mucho la religiosa de hablar ociosidades en el Coro de las Divinas alabanzas, porque a mas de mal exemplo[…]que por el justo juicio de Dios muere sin habla la que en el coro habla con negligencia.
Por otra parte se representan el anagrama de Cristo y el de María, todos ellos ornamentados por los ya citados marcos de roleos vegetales y frutales. Por último destacar la presencia de dos escudos en el tímpano del arco apuntado que remata al coro alto en los que se representa el escudo franciscano y el cordero místico. Tomando como modelo la misma disposición planteada sobre la reja del coro, se volvería a representar el escudo franciscano, pero en esta ocasión amparado por los escudos nobiliarios de la fundadora del convento, enmarcados con las mismas molduras visibles en el escudo de la Orden de San Francisco que mira a la nave principal. Estas pinturas parecen guardar un mejor estado de conservación y nos permite contemplar detalladamente todos los pormenores que muestran.
Escudos nobiliarios de Doña María Coronel. Muro interno de ingreso al coro. Convento de Santa Inés (Fotografía de la autora)
El coro de la iglesia, se dispone como prolongación de la nave principal, posición característica en la mayoría de iglesias hispalenses. A él podemos acceder por la galería Este del Herbolario, a través de un arco ojival doblegado, enmarcado por un alfiz moldurado ejecutado en piedra, o por el acceso ubicado a los pies de la nave de la Epístola. Su planta rectangular se cubre con las mismas bóvedas de la nave central, descansando sobre testas de ángeles aladas que actúan como ménsulas. Está compuesto por un coro alto, constituido por una tribuna abalaustrada fechable en el siglo XVI , que permite el tránsito a una pequeña capilla ubicada en el extremo Norte. La parte inferior de la tribuna, que actúa como techumbre del piso bajo, está compuesta por un alfarje de madera. Sus cuatro vigas, apoyadas sobres canes, se ornamentan con bandas de perfiles apuntados, policromadas en almagra, negro y blanco, mientras que sus tablazones alternan la talla de hexágonos con otras figuras geométricas. En ellas pueden intuirse las inscripciones "NHY...XPS".
Al coro alto, accedemos por una escalera del flanco Sur del Coro bajo, cuyo hueco se cubre con tres bóvedas de arista que descansan sobre arcos perpiaños, que apean sobre cul de lampes, similares a las utilizadas en Santa Ana de Triana, características de las construcciones cistercienses.
Vista del coro (Fotografía de la autora)
No podemos terminar de hablar de la iglesia sin nombrar a la famosa espadaña que corona los pies del edificio, siendo la más antigua de nuestra ciudad. Responde al estilo gótico-mudéjar realizada en ladrillo, dispuestos a soga y tizón. Su estructura descansa sobre un alto basamento del que arranca el primer cuerpo, donde abren dos arcos de medio punto, de distintas proporciones, que dan cobijo a las campanas y balconcillos, enmarcados por alfices. Flanqueando la parte inferior de los balcones, y de los contrafuertes laterales adosados al cuerpo principal, se encuentran unas pilastras, de formato circular, adosadas al muro con remate conopial. Encima de este primer piso se encuentra el segundo cuerpo de campanas, compuesto por un pequeño arco de medio punto que sigue el mismo esquema compositivo visto en el primer cuerpo. Rematando todo el conjunto, se ubica un cuerpo piramidal, de base octogonal, en cuyo vértice se encuentra una cruz que desempeña la función de veleta. Su actual aspecto, es el resultado de la intervención efectuada por Rafael Manzano Martos, entre los años de 1973 y 1979.
Espadaña de la iglesia (Fotografía de la autora)
INFORMACIÓN EXTRAÍDA DE:
Medina Muñoz, Estefanía (2019): El convento de Santa Inés de Sevilla: Estudio urbanístico, arquitectónico e histórico-artístico. Sevilla. Ediciones Padilla
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