Capilla mayor
Presidiendo la cabecera del templo, se encuentra el retablo mayor, obra de los maestros José Fernando y Francisco José de Medinilla, documentada entre los años de 1719-1748. Resulta difícil llegara a entender como las religiosas de Santa Inés se desprendieron del retablo ejecutado en 1630 por Juan de Remesal, Francisco de Ocampo y Diego López Bueno.
Se trata de una de las mejores obras documentadas de ambos maestros, incluso podemos decir, que la mejor. En ella brilla la calidad de sus formas y decoración, aunque existe cierta carencia de recursos escénicos. Su planta, ochavada, se adapta a la fisonomía poligonal de la cabecera gótico-mudéjar del templo, condición que se estipulaba en el contrato. Está compuesto de tres calles, destacando la principal en la que se abre una hornacina que da cobijo a Santa Inés, obra de Francisco de Ocampo.
Su hornacina, está ceñida por estípites, que quedan ornamentados en su tramo medio por ángeles de la milicia celestial tenantes, que a modo de atlantes, sostienen unos capiteles sobre sus testas. El arco posee dos volutas, de perfil mixtilíneo, que crecen en altura a la vez que albergan un triple pinjante de placas recortadas. El banco, está formado por un doble camarín, sobre los que descansan unas repisas bulboides que sirven de base para las esculturas que se sitúan en el primer cuerpo de las calles laterales, los Santos Juanes, San Juan Bautista a la izquierda y San Juan Evangelista a la diestra, obras de Juan de Remesal.
Flanqueando esta estructura, nacen dos estípites que desempeñan la función de elementos sustentantes de los extremos curvilíneos y avolutados de los frontones partidos que coronan las hornacinas de este primer piso. Sobre ellas, apean dos querubines que sostienen unas palmas que suben formando una hornacina al siguiente piso, donde se alberga la figura de San Antonio de Padua a la izquierda, obra de Juan de Remesal, y San Pascual Bailón en la derecha, de autoría desconocida.
Si alzamos nuestra mirada al ático, acompañando al nicho principal, se abre una pequeña hornacina en la que se representa un crucificado. Por la estética que presenta la escultura, es una pieza que podemos fechar en el último tercio del siglo XVII. La posible cronología de esta obra coincide con el encargo, que realizaría la comunidad, en 1688 por la echura de un Cristo para el púlpito de la iglesia conventual con un coste de 43 reales. Para nuestro pesar no sabemos quién fue el artífice, al igual que tampoco se conserva la carta de pago y condiciones, en las que se especificarían los gastos, materiales y fisonomía de la obra contratada, pero la coincidencia estilística y este aporte documental nos lleva a pensar que posiblemente se tratara de este Crucificado.
Retablo mayor (Fotografía de la autora)
Mirando a éste, nos encontramos con las imágenes barrocas de dos ángeles lampereros, fechables en el segundo tercio del siglo XVIII.
Ángeles lamperos (Fotografía de la autora)
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